¿Qué harán las universidades frente a la reglamentación de la IA? La respuesta nos interesa a todos.
La educación superior se encarga de acompañar a los knowledge workers hasta el inicio de sus carreras; después los mantiene al día con su oferta continuada.
Que el sector aproveche la tecnología al máximo es vital para las universidades e importante para toda la sociedad: graduados mejor formados ayudan a la economía.
tGPT y la “creatividad” de formular un prompt. Tiempo de espera: 30 segundos. Y ya está.
La puerta está abierta y nos lleva a un nuevo estadio de la comunicación humana: la era del contenido infinito.
El entorno no es fácil.
Por un lado, la era del contenido infinito significa oferta ilimitada de formación informal: instituciones muy reputadas publican sus cursos en YouTube, mientras profesores y expertos exploran la relación directa con sus audiencias.
Por otra parte, el mercado laboral está en fermento: no es claro cuáles serán los perfiles más demandados, mientras es evidente que la inteligencia artificial generativa tendrá gran impacto.

El reto más inmediato es justamente reglamentar esta tecnología: ¿“tolerancia cero” o “apertura flexible”?
La primera posición es la más fácil de adoptar: no se aceptan textos, investigaciones o imágenes que hayan sido generadas por una máquina. Razones hay de sobra: información imprecisa, alucinaciones, fuentes inventadas (con la agravante de una forma impecable) y la sensación que el trabajo no lo hizo el estudiante.
Se corre el riesgo -sin embargo- de no darle al cuerpo discente la formación necesaria sobre una herramienta fundamental para su futuro profesional: un poco como prohibir las calculadoras en los años 70.

La QAA inglesa (Quality Assurance Agency for Higher Education) recomienda tener una posición común definida antes del inicio del próximo año lectivo (Septiembre 2023); agrega que hay que mantenerse flexibles frente a la evolución rápida de la oferta; y concluye tomando partido con firmeza por la segunda posición: la “apertura flexible”.
Los estudiantes deben poder usar este nuevo instrumento, dentro de reglas claras y -ojalá- compartidas por todas las instituciones.
Fácil decirlo, muy difícil ponerlo en práctica.
Un poco cómo pasa con la oficina híbrida: la opción “100% presencial” es natural; la “100% remota” fue difícil de alcanzar pero se logró y funcionó. La “híbrida” es donde están las arenas movedizas: hay fórmulas ilimitadas y ninguna naturalmente mejor que la otra.
O todos en la cama, o todos en el piso. Pero cuando algunos tienen colchón y otros no, la cosa se pone inmanejable.
Para empezar, hay que considerar las diferencia entre dos poblaciones involucradas – estudiantes y docentes. Los primeros con grandes incentivos a conocer y adoptar: un buen uso de ChatGPT puede significar una mejor nota o hasta pasar un examen imposible. Los segundos menos involucrados y quizás hasta preocupados por esta imprevista “competencia artificial”: el TED talk de Sal Khan es de visión urgente si quieres entender su ansiedad.
Esta tensión se resuelve a partir del diálogo: las dos partes deben alinearse para que el resultado final sea realmente útil para quien está construyendo su futuro y muchas veces pagando salado por ello.
Fundamental también el conocimiento de los actores principales: actitudes, nociones compartidas, emociones frente a lo desconocido, apreciaciones de valor. Todo esto debe ser parte de la construcción, definición y comunicación de una política al respecto de la Inteligencia Artificial.
Para este tema en particular, la manera como se resuelva es de interés de toda la sociedad.