Sexo, deep fakes y TV: ¿qué puede salir mal?

“Falso Amor”, el reality español de Netflix, cumple una función educativa importante: nos recuerda que de aquí en adelante nada va a ser “real”.

La fórmula es clásica: encierra a tus personajes en un entorno “x” (no, no quiero decir Twitter: una isla, un tren, un castillo o -más fácil para la producción- una casa estudio) y empieza a agregar presión hasta que empiecen a estallar (o a matarse entre ellos, si la historia es de Agatha Christie).

Los realities han seguido este esquema desde que El Gran Hermano -hace 25 años- mostró el camino. “Falso Amor” es la enésima versión, y esta vez el ingrediente adicional es… la Inteligencia Artificial – o para ser más exactos los deep fakes.

La producción es española, pero el título funciona mejor en inglés: “Deep fake love”

Las cinco parejas protagonistas aceptaron participar para poner a prueba su amor y ganar los 100,000 euros de premio final.

El reto empieza cuando cada tortolito se despide de su amor y es enviado a una lujosa casa llena de tentaciones: solteros y solteras al mejor estilo Instagram que se dedicarán a seducirlos para que a dichas tentaciones sucumban.

Después de unos días de “cocción” los convocan a una sala blanca, los sientan en la “poltrona de la verdad” y les muestran en pantalla unos clips calientes: qué ha estado haciendo su pareja en la otra casa.

Los videos tienen la edición manipuladora de siempre y un ingrediente original: la IA. Algunas imágenes son reales, otras son deep fakes.

En estos últimos, se ponen dos actores a recrear las escenas más hot y sus facciones son alteradas para parecerse (ser) las de los participantes involucrados. El efecto es inmediato: epítetos abundantes, lágrimas copiosas, puños bien cerrados, gritos y temblores.

“Ojos que no ven, corazón que no siente” – si veo a mi pareja besarse con otro la historia cambia. Todo es drama hasta que la conductora comunica: lo que han visto puede ser verdad – o no. Algunas imágenes (ellos no saben cuales, nosotros del público sí) han sido alteradas o completamente inventadas.

A ese punto entra la dinámica del concurso: cada uno debe adivinar si la escena protagonizada por su pareja es realidad o ficción. La pareja que más acierte se lleva el premio final.

Si se puede falsear al Papa, a Tom Cruise y a Leonardo di Caprio, nadie está a salvo.

El mensaje es claro: no creas en lo que ves; escucha tu corazón porque él sabe la verdad.  La receta es sencilla y te prepara para enfrentar el futuro.

No importa que se vea esférica desde el espacio: la tierra es plana, lo sé.

No importa que haya obtenido menos votos: igualmente ganó las elecciones, le creo.

No importa que no haya escombros: allí cayó un avión de pasajeros, es así.

El programa es educativo: le muestra al audiencias que ver algo en video ya no significa que efectivamente haya pasado.

Muchos se aprovecharán de este estado de cosas (en primer lugar los “bad actors” y los políticos); la mayoría caerá en infinitos fakes; me parece importante que la cultura popular se empiece a permear del tema.

Millones ya han visto a Harrison Ford 30 años más joven gracias al “AI de-ageing”; otros tantos se han sorprendido con Luke Skywalker devuelto a la edad que tenía en las primeras Star Wars; ahora es más que justo que haya un reality de televisión abierta (Netflix) que haga uso de la tecnología.

¿El mismo efecto en la vida real? Llevamos décadas buscándolo en frascos y tarritos…

La diferencia es que el uso esta vez es explícito.

No se oculta. No hace parte de “la magia del cine”. Es un truco, desvelado al público.

La tecnología es protagonista y su engaño es transparente; vemos también a los engañados ¡y sufrimos con ellos! – lo que le da más trascendencia al asunto.

Quien ve “Falso Amor” pierde la inocencia. No sobre las emociones humanas (que siguen protagonistas) sino sobre el video.

El “ver para creer” está muerto.